Hace días que no contesta a mis llamadas, a mis
mensajes, a mis e-mails, a mis whatsapp. Es como si el mundo se lo hubiera tragado.
Ni siquiera está en los bares que siempre frecuenta, ni tampoco sus amigos saben
de él, igual que yo. Y por eso estoy yendo a su piso, donde espero poder
encontrarle. Pico una vez al timbre. Nada. Segundo intento. Cogen el interfono.
–¿Sí? –es su hermana, Alicia.
–Alicia, soy Sara. ¿Está tu hermano en casa?
Necesito hablar con él, es importante.
–Sí, claro. Un momento–. Cuelga el interfono. Pasan
unos segundos, aunque están siendo eternos.- Sara, dice que no quiere hablar
contigo. Dice que te marches–. Aún no puedo creer lo que he oído. ¿Qué me
marche? ¿Que no quiere hablar conmigo? ¿Cómo es posible?
–Alicia, es importante. Por favor–. Pasan por lo
menos dos minutos y ella no ha dicho nada. Veo que es un negativo por su parte,
así que me marcho. Doy media vuelta, y oigo como la puerta se abre. Le debo una
noche de fiesta a Alicia, o dos, o las que ella quiera. Subo al piso, y allí
está ella esperándome.
–Las mujeres debemos de ayudarnos entre nosotras.
–Gracias–. No hace falta que me guie hasta su
cuarto. He estado millones de veces en este piso. Podría llegar incluso con los
ojos cerrados. La puerta está abierta, y le veo de espaldas. Mirando por la
ventana, como si estuviera vigilando. –Tomás–. Él se da la vuelta y noto una
gran decepción en su mirada.
–Vete, por favor–. Me indica que me vaya, pero no
me muevo.
–No pienso irme hasta que me digas que pasa.
–Vete.
–No, no voy a irme–. Me siento en la cama y saco de
mi bolso un libro de Paulo Coelho. Empiezo a leer.
–De acuerdo, tú verás lo que haces–. Vuelve a
observar por la ventana y no dice nada más. [...] No sé si el tiempo pasa muy
lento o es que yo leo demasiado rápido, pero ya llevo leídas más de 100
páginas. Y Tomás ni siquiera se ha movido del sitio, sólo para encenderse un
par de cigarros. No entiendo su comportamiento, no entiendo que le ha pasado.
De reojo veo que se mueve, me está mirando. Prefiero dejar fija la mirada en el
libro. Se levanta y se sienta a mi lado. Cierro el libro. Le miro a los ojos,
siento como si él tuviera un nudo en la garganta. Me besa durante un largo
rato, y después me abraza fuerte.
–No sabes cómo me estás complicando la vida–. Dice
finalmente. Se separa de mí y se sienta de espaldas, otra vez. Despacio me
siento a su lado. Y sonríe.
– ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
–Te quiero–. Pronuncia rápido, como si no quisiera
que me enterase.
– ¿Y eso es malo? Sabes que yo también te quiero.
–Mira, eres especial. No sólo para mí, para todos.
Eres una persona única, y cualquiera que tenga la oportunidad de compartir
contigo unas palabras, ya puede sentirse alguien afortunado. Y conmigo, eres
increíble. Estás para mí cuando lo necesito, incluso cuando no. Cuando cometo
errores, en vez de enfadarte y darme la espalda, me ayudas a aprender. Y,
joder, desde que te conozco has cambiado mi vida al completo. Me da miedo
sentir todo esto, Sara, de verdad.
– ¿Por qué tienes miedo? Querer a una persona y que
seas correspondido, creo que... no hay nada mejor. No sabía que sintieras esto
por mí, pero, es muy bonito.
–Tengo miedo porque no te quiero dejar escapar, y
sé que eres libre de hacerlo en cuanto tengas oportunidad. Y tengo miedo,
porque eres la mujer con la quiero compartir el resto de mi vida. Te necesito
aquí conmigo.
–No te voy a dejar,
nunca. Eres cabezota y te gusta
llevarme la contraria, pero sé que siempre piensas primero en mí. Tienes
cualidades que nunca imaginé que tendría una persona, y a pesar de parecer un
macarra
tienes un corazón enorme. Me gustas tal y como eres, y no cambiaría
nada de lo que tenemos.
Te quiero más de lo que he querido nunca a nadie.