“Recuerdo la primera vez que te vi. Tenías 20 años y yo 21. Estabas tan
guapa con ese vestido turquesa, bailabas como una princesa al lado de tus
amigas. Destacabas entre toda la gente que tenías alrededor, aunque mis amigos
decía que exageraba. Pero yo sabía que no, que tenías algo que las demás no. Me
acerqué, aunque no te notaba muy receptiva. Pero no me quería rendir, me
negaba. Que tímida eras, y a veces cuando te miro a los ojos aún veo a esa
chica de 20 años que me enamoró. Al final conseguí tu número de teléfono, no
sabes lo que me llegó a costar convencerte para vernos. Pero no tenía pensado
rendirme hasta comprobar por mí mismo que no éramos compatibles. Y no estaba
equivocado, conectamos al momento. Han pasado 6 años desde entonces. No me
arrepiento de ningún momento a tu lado. Ambos hemos crecido como personas,
hemos aprendido cosas el uno del otro, nos hemos convertido en un solo ser.
Eres perfecta, aunque no lo niego, algún que otro defectillo tienes... como
tener libretas por todos lados. Pero lo encuentro algo gracioso, a lo largo de
estos años me he acostumbrado e incluso lo echaría de menos si decidieses
cambiar. Es algo que te hace ser como tú eres. Y tienes tantas cosas buenas...
me encanta como eres con los niños. Con mis sobrinos pequeños eres increíble,
te adoran, creo que incluso te prefieren antes a ti que a mí. Y mira que yo he
sido siempre el tío favorito. Es lo que te digo, tienes algo que los demás no.
Y eso te hace ser mi pequeña... alguien con quien he compartido mis días desde
hace años, alguien a quien siento que lleva toda mi vida conmigo, alguien a
quien no quiero soltar. Cada día que pasa me haces la persona más feliz de este
mundo, me haces sentir que todo en esta vida es posible. Y quiero tener esta
sensación el resto de mis días. Así que, si me lo permites, te haré la persona
más especial hasta que la muerte me obligue a alejarme de ti.
¿Quieres casarte
conmigo?”