Estaba
con él. Todo había pasado tan rápido. Estaba con mi mejor amiga, disfrutando de
una tarde tranquila en casa, cuando sonó mi teléfono. Y al ver su nombre en la
pantalla, sonreí. Mi amiga no necesitó saber quién era. “¡Cógelo!”, me gritó. Nada
más descolgar, escuché su voz. Estaba feliz, al igual que yo. Quería verme,
deseaba verme. Colgué y fui corriendo a mi cuarto. ¿Falda o tejanos? ¿Tacones o
plano? ¿Camiseta o camisa? No sabía que ponerme, era la primera vez que íbamos
a estar a solas. Sacaba toda la ropa de mi armario, mientras la tiraba encima
de la silla y, mi amiga, la volvía a colocar en su sitio. Estaba nerviosa, muy
nerviosa.
Recordé
la primera vez que le vi, en el cumpleaños de un amigo. Le tenía a mi lado, y
empezamos hablar como si nos conociéramos desde siempre. Me sentía muy a gusto
con él. Al acabar la noche nos dimos los teléfonos y estuvimos en contacto.
Recordé todas las conversaciones que tuvimos desde entonces, la ilusión que me
provoca recibir un mensaje de ‘buenos
días’ y de ‘buenas noches’. El
destino quería que nos encontrásemos.
Cogí el bolso y bajamos a mi portería. Y allí estaba él, esperando dentro de su coche. Me despedí de mi amiga. Entré, y lo primero que vi fue su sonrisa. Sentí como mi cuerpo se relajaba. Dimos una pequeña vuelta hasta encontrar un sitio donde pudiera aparcar. Estábamos los dos, juntos. En un pequeño rincón de la ciudad dentro de su coche. La gente que pasaba, nuestro alrededor, todo lo demás no importaba en ese momento. No existía nada en ese instante, aparte de nosotros y ese sentimiento que tenemos en común. Pasamos la tarde entre risas y bromas, hablando de todo y de nada, contando hasta el más mínimo detalle de nuestras vidas. Oía el fuerte latido de mi corazón y el cómo mis ojos buscaban desesperadamente sus labios que probar. Crecía el deseo de protegerle, de conocer hasta la última sensación. Por fin, estaba con él, a su lado. Disfrutando de su compañía, de sus palabras, de sus tonterías. Ardía en llamas cuando fijaba su mirada en mis ojos, y yo no podía evitar sonreír, como una adolescente. En aquel momento seguía siendo yo, pero con 16 años. Me sentía una completa adolescente enamorada. Miles de mariposas recorrían mi estomago, sentía calor y frío a la vez, no puedo explicar con exactitud como estaba. Lo que sí sé, es que estaba feliz, como hacía mucho tiempo que no lo estaba. En ese momento no pensaba en nada que no fuera él. Los problemas con mi familia, con mis amigas, con mis estudios, con mi trabajo... habían desaparecido, él había provocado tal magnitud hacía a mí que no sentía nada de dolor, no recordaba nada. Y es que después de todas nuestras dudas por relaciones anteriores fracasadas, hemos conseguido dejar el pasado donde debe, lejos de nosotros, y así poder disfrutar del nuevo camino que nos espera juntos. Al principio sentí un miedo horrible, no quería sentir amor hacía otra persona, no quería que volvieran a romperme el corazón en mil pedazos, no quería volver a llorar durante horas por alguien que significa tanto para mí y perderle para siempre. Pero con él, no necesité más horas a su lado para darme cuenta de que es el amor de mi vida. Quiero ser esa persona que esté en las buenas y en las malas, quien le seque las lágrimas cuando lo necesite. Quiero tumbarme cada noche junto a él, contar lo que hemos vivido durante el día o lo que nos pasa por la mente, quiero disfrutar de cada segundo. Y sigo sintiendo ese miedo, pero también quiero hacerle la persona más feliz durante el resto de sus días, o al menos hasta el día que me lo permita. Lo peor de aquella fantástica tarde fue tener que bajar de su coche, no quería terminar aquella cita. No tenía ganas de volver a la realidad. Al llegar a casa, sentí una fuerte nostalgia. Me sentía extraña, todo había parecido un sueño. ¿Y sí, era todo una mala jugada de la imaginación? Mi cabello olía a vainilla, igual que su ambientador de coche. Sonreí. Mi móvil sonó mientras me quitaba el abrigo. Era un mensaje, lo abrí. Y de nuevo volví a sentir la misma sensación que cuando estaba con él. “Eres increíble, te quiero”. No, no había sido un sueño. Todo era verdad, este es mi momento para ser feliz.
Cogí el bolso y bajamos a mi portería. Y allí estaba él, esperando dentro de su coche. Me despedí de mi amiga. Entré, y lo primero que vi fue su sonrisa. Sentí como mi cuerpo se relajaba. Dimos una pequeña vuelta hasta encontrar un sitio donde pudiera aparcar. Estábamos los dos, juntos. En un pequeño rincón de la ciudad dentro de su coche. La gente que pasaba, nuestro alrededor, todo lo demás no importaba en ese momento. No existía nada en ese instante, aparte de nosotros y ese sentimiento que tenemos en común. Pasamos la tarde entre risas y bromas, hablando de todo y de nada, contando hasta el más mínimo detalle de nuestras vidas. Oía el fuerte latido de mi corazón y el cómo mis ojos buscaban desesperadamente sus labios que probar. Crecía el deseo de protegerle, de conocer hasta la última sensación. Por fin, estaba con él, a su lado. Disfrutando de su compañía, de sus palabras, de sus tonterías. Ardía en llamas cuando fijaba su mirada en mis ojos, y yo no podía evitar sonreír, como una adolescente. En aquel momento seguía siendo yo, pero con 16 años. Me sentía una completa adolescente enamorada. Miles de mariposas recorrían mi estomago, sentía calor y frío a la vez, no puedo explicar con exactitud como estaba. Lo que sí sé, es que estaba feliz, como hacía mucho tiempo que no lo estaba. En ese momento no pensaba en nada que no fuera él. Los problemas con mi familia, con mis amigas, con mis estudios, con mi trabajo... habían desaparecido, él había provocado tal magnitud hacía a mí que no sentía nada de dolor, no recordaba nada. Y es que después de todas nuestras dudas por relaciones anteriores fracasadas, hemos conseguido dejar el pasado donde debe, lejos de nosotros, y así poder disfrutar del nuevo camino que nos espera juntos. Al principio sentí un miedo horrible, no quería sentir amor hacía otra persona, no quería que volvieran a romperme el corazón en mil pedazos, no quería volver a llorar durante horas por alguien que significa tanto para mí y perderle para siempre. Pero con él, no necesité más horas a su lado para darme cuenta de que es el amor de mi vida. Quiero ser esa persona que esté en las buenas y en las malas, quien le seque las lágrimas cuando lo necesite. Quiero tumbarme cada noche junto a él, contar lo que hemos vivido durante el día o lo que nos pasa por la mente, quiero disfrutar de cada segundo. Y sigo sintiendo ese miedo, pero también quiero hacerle la persona más feliz durante el resto de sus días, o al menos hasta el día que me lo permita. Lo peor de aquella fantástica tarde fue tener que bajar de su coche, no quería terminar aquella cita. No tenía ganas de volver a la realidad. Al llegar a casa, sentí una fuerte nostalgia. Me sentía extraña, todo había parecido un sueño. ¿Y sí, era todo una mala jugada de la imaginación? Mi cabello olía a vainilla, igual que su ambientador de coche. Sonreí. Mi móvil sonó mientras me quitaba el abrigo. Era un mensaje, lo abrí. Y de nuevo volví a sentir la misma sensación que cuando estaba con él. “Eres increíble, te quiero”. No, no había sido un sueño. Todo era verdad, este es mi momento para ser feliz.