Y es que lo nuestro no es
casualidad. No te conozco, no sé quién eres. Sólo sé tu nombre y la edad que
tienes. Lo demás es todo un misterio. Pero eso es algo que me gusta. Siempre
apareces, en el mismo bus y a la misma hora. Y siempre te sientas a mi lado. Y
compartimos lo que hemos hecho durante todo el día. Ese trayecto de treinta
minutos es lo que más me gusta del día, porque aunque esté cansada y de mal
humor, apareces lleno de energía a pesar de que tu día haya sido peor que el
mío. Es curioso... me haces feliz, me haces sonreír, me haces ahogarme en
carcajadas. Y así durante estos últimos meses. Pero... ¿Y si quizá estamos
destinados a encontrarnos? ¿Cómo sabemos si no somos almas gemelas? ¿De esas
con las que duras toda la vida? El destino hizo que tú cogieras ese bus a esa
misma hora, que te sentases a mi izquierda, que se cayera mi libro y tú lo
recogieras, que me dieses tu opinión aunque no te la hubiera pedido, compartir
día a día nuestros pensamientos. ¿Por qué no arriesgarse? Quizá esta sea una nueva
historia. Nuestra historia.