–De nuevo, dice que quiere verme.
– ¿Y qué vas hacer?
–No puedo hacerlo. Creo que no podría soportarlo.
–Pero es fácil. Si ves que no vas a poder, márchate.
– ¿De veras crees que es así de fácil? Si le veo, me moriré de ganas por besarle y no soltarle nunca más. Y me conozco, créeme, sería lo primero que hiciese nada más verle aparecer de lejos...
– ¿Y cómo sabes qué él no siente lo mismo?
–Porque le conozco mejor de lo que cree. Si de verdad estuviese interesado en mí, ya lo habría demostrado. Ni siquiera lo ha insinuado. Y yo no estoy dispuesta a sentirle sólo un día, porque yo quiero sentirle dos, tres, cuatro... toda una vida!
–Piénsalo bien, al menos habrás podido tenerle contigo aunque sea un tiempo limitado.
–No podría vivir sólo del recuerdo de un bonito día. Si estuvieras en mi cabeza, lo que dicta mi corazón... comprenderías lo que te estoy diciendo. No quiero probar sus besos, sus caricias, sus abrazos durante un día y después volver a mi vida normal... ¿crees que podría? No, desde luego que no podría. Estaría cada segundo grabado en mi cabeza, reproduciéndolo cada dos por tres como si se tratase de un disco rayado. Esto no es un juego, esto es amor.
–Entonces... ¿qué piensas hacer?
–Dejarle marchar, dejarle ir. De algún modo u otro, él ya ha encontrado el amor. Y esa no soy yo. E igual que él la ha encontrado, yo también volveré a enamorarme de nuevo.