Siempre he sido una persona que organiza los regalos con
antelación, aunque este año he pecado y me he fallado a mí misma. San Valentín
estaba cerca y, por temas de trabajo, no había pensado cual podría ser el
regalo perfecto para mi pareja. Tampoco sabía cómo superar el regalo del año
pasado, un libro de color rojo con la carta más sincera que jamás he escrito
(puede sonar muy fácil de superar, pero no, es complicado).
Semanas atrás me enteré que el día 1 de abril vendría la
orquestra de “Harry Potter y la Piedra Filosofal” a Barcelona. Por
consiguiente, él también se enteró, pero por temas personales no veíamos
posibilidad de asistir.
No quería rendirme, y más sabiendo cuanto le gusta esa saga
a mi pareja. Así que, la noche del 18 de enero, las compré del tirón y ¡TACHÁN!
Íbamos a vivir en nuestras propias carnes la banda sonora de la primera
película de Harry Potter.
Tenía una sorpresa especial por San Valentín para darle las entradas.
No podría superar al regalo del año pasado, pero sería inesperado. Aun así, por
razones ajenas a mí (es un gruñón) tuve que dárselas antes de tiempo.
Se las di a finales de enero, aunque todavía quedaban 3
meses por delante. ¡Qué nervios!
Teníamos tantas ganas de llegar a Palau Sant Jordi para
disfrutar de ese espectáculo que llevábamos desde enero con una cuenta atrás
para ver cuánto quedaba para dejar de comernos las uñas.
El estadio estaba lleno, a excepción de los peores asientos.
Cuando compré las entradas en enero, apenas quedaban sitios aceptables y pude
coger los mejores que encontré.
Todo estaba oscuro,
la gente en silencio y disfrutando del inicio del mundo Harry Potter con una
banda sonora en directo. ¿Qué más se podía pedir?
¡Cuántos recuerdos viví mientras estaba sumergida en ese
mundo de fantasía! Harry Potter y la piedra filosofal es, para mí, la mejor
película de la saga (como también el libro). Conocemos al protagonista, su
familia muggle, su historia… como
cambia su vida de la noche a la mañana con la entrada de Hagrid y, con ello, la
verdadera historia de sus padres fallecidos.
Tenía 10 años cuando fui al cine a ver Harry Potter. ¿Qué
era Harry Potter? No lo sabía, pero todos mis compañeros de clase no dejaban de
hablar de la película. Y yo me enamoré de ese mundo, cómo consiguen que el
espectador esté viviendo en primera persona toda las vivencias de Harry, esas
ganas de coger una escoba y echar a volar… (También me enamoré del actor, qué
le vamos hacer).
El 1 de abril, en el Palau Sant Jordi de Barcelona, volví a
sentir la misma sensación. Una sensación increíble, única. Me encantaría vivir
ese sentimiento todo el tiempo. Volví a tener 10 años y estaba realmente
emocionada porque, además, estaba disfrutando de ese sentimiento con mi pareja.
Y no era la única que lo sentía en ese estadio, si no la gran
mayoría del público. Posiblemente, todos los de aquella sala hemos visto la
película cientos de veces desde su lanzamiento y, aun así, fue como verla por
primera vez.
Rendimos homenaje a Alan Rickman nada más aparecer en
pantalla, como también celebramos cuando Harry entró en Gryffindor. Vivimos
como si de un verdadero partido de Quidditch se tratara, animamos a Harry y a
Ron a terminar con el trol que escapó de las mazmorras, pero también nos
sentimos fatal cuando Ron dijo que Hermione no tenía amigos.
Aplaudimos a Hermione cuando salvó a Ron del lazo del Diablo
con un hechizo, apoyamos a Ron tras realizar un increíble jaque-mate en el
ajedrez y teníamos la piel de gallina cuando Harry se enfrentó cara a cara, por
primera vez, al tenebroso Lord Voldemort.
Como era de esperar, cada espectador era de una casa diferente: Slytherin, Ravenclaw, Hufflepuff o Gryffindor. Vitoreamos nuestra casa con todas nuestras fuerzas cuando hacían el recuento de los puntos que habían ganado a lo largo del año, porque realmente sentimos que pertenecemos a ella.
Como era de esperar, cada espectador era de una casa diferente: Slytherin, Ravenclaw, Hufflepuff o Gryffindor. Vitoreamos nuestra casa con todas nuestras fuerzas cuando hacían el recuento de los puntos que habían ganado a lo largo del año, porque realmente sentimos que pertenecemos a ella.
De todas formas, no salimos con las manos vacías.
Aprovechamos el descanso de 20 minutos para mirar la zona del merchandising,
donde compramos grageas de todos los sabores y un libro conmemorativo de la
banda sonora, con datos muy curiosos sobre cómo fue creada (menos mal que tengo
un traductor a mi pareja, porque está en inglés).
Al llegar a casa, decidimos probar las grageas. La primera y
la última que probé: sabor a vómito. Por suerte, no era el mismo sabor que el
vómito, pero era asqueroso.
No puedo más que recomendar ver este concierto porque es
realmente alucinante. Disfrutarás de la película, del ambiente y de una
increíble banda sonora en directo. Cada segundo merece la pena.