21 de diciembre de 2011

Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes


Sábado por la mañana. Se despierta a causa de los rayos de luz que entran por la ventana. Mira a su lado, no hay nadie. Toca la almohada para poder recordar cómo era acariciar su pelo mientras ella dormía, pero no puede. Desde ese instante, sabe que hoy es de esos días en los que no debes salir de la cama. Aunque en su caso es mejor salir, pues toda su habitación no hace más que recordar cada momento vivido ahí
.
Se viste con la misma ropa que el día anterior y sale de casa. Cada rincón de ese lugar hay una pequeña historia de ellos dos. Él nunca las vio, ni les tomó importancia hasta ese momento. Sabía que había cometido el error más grande de su vida.

Camina por la calle, a paso lento. Se estremece al darse cuenta de que ya no está a su lado cogiéndole de la cintura, ni haciéndole cosquillas. Se acuerda de su sonrisa malvada, cuando le hacía enrabiar para provocar que fuera corriendo tras ella. Momentos en los que de verdad era feliz, pero hasta ese día no se dio cuenta.

Y allí estaba ella, en su portería. Con una preciosa sonrisa, abrazando a su nuevo amor. Sin poder evitarlo, un par de lagrimas salen de sus ojos al ver como otro hombre besa a su pequeña. Recuerda con la ternura de como ella le estrechaba entre sus brazos y le hacía sentir la persona más afortunada del planeta.

Pero todo eso se acabó, son solo más que recuerdos. Y se lamenta de haber sido tan estúpido de no haber visto la oportunidad tan grande que la vida le había dado. Vivirá pensando en lo que pudo haber sido y no fue, todo por su culpa. Sabe que la ha perdido para siempre, igual que sabe que nunca volverá a sentir lo mismo por otra mujer.