26 de diciembre de 2011

Te necesito aquí conmigo


Hace días que no contesta a mis llamadas, a mis mensajes, a mis e-mails, a mis whatsapp. Es como si el mundo se lo hubiera tragado. Ni siquiera está en los bares que siempre frecuenta, ni tampoco sus amigos saben de él, igual que yo. Y por eso estoy yendo a su piso, donde espero poder encontrarle. Pico una vez al timbre. Nada. Segundo intento. Cogen el interfono.
–¿Sí? –es su hermana, Alicia.
–Alicia, soy Sara. ¿Está tu hermano en casa? Necesito hablar con él, es importante.
–Sí, claro. Un momento–. Cuelga el interfono. Pasan unos segundos, aunque están siendo eternos.- Sara, dice que no quiere hablar contigo. Dice que te marches–. Aún no puedo creer lo que he oído. ¿Qué me marche? ¿Que no quiere hablar conmigo? ¿Cómo es posible?
–Alicia, es importante. Por favor–. Pasan por lo menos dos minutos y ella no ha dicho nada. Veo que es un negativo por su parte, así que me marcho. Doy media vuelta, y oigo como la puerta se abre. Le debo una noche de fiesta a Alicia, o dos, o las que ella quiera. Subo al piso, y allí está ella esperándome.
–Las mujeres debemos de ayudarnos entre nosotras.
–Gracias–. No hace falta que me guie hasta su cuarto. He estado millones de veces en este piso. Podría llegar incluso con los ojos cerrados. La puerta está abierta, y le veo de espaldas. Mirando por la ventana, como si estuviera vigilando. –Tomás–. Él se da la vuelta y noto una gran decepción en su mirada.
–Vete, por favor–. Me indica que me vaya, pero no me muevo.
–No pienso irme hasta que me digas que pasa.
–Vete.
–No, no voy a irme–. Me siento en la cama y saco de mi bolso un libro de Paulo Coelho. Empiezo a leer.
–De acuerdo, tú verás lo que haces–. Vuelve a observar por la ventana y no dice nada más. [...] No sé si el tiempo pasa muy lento o es que yo leo demasiado rápido, pero ya llevo leídas más de 100 páginas. Y Tomás ni siquiera se ha movido del sitio, sólo para encenderse un par de cigarros. No entiendo su comportamiento, no entiendo que le ha pasado. De reojo veo que se mueve, me está mirando. Prefiero dejar fija la mirada en el libro. Se levanta y se sienta a mi lado. Cierro el libro. Le miro a los ojos, siento como si él tuviera un nudo en la garganta. Me besa durante un largo rato, y después me abraza fuerte.
–No sabes cómo me estás complicando la vida–. Dice finalmente. Se separa de mí y se sienta de espaldas, otra vez. Despacio me siento a su lado. Y sonríe.
– ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
–Te quiero–. Pronuncia rápido, como si no quisiera que me enterase.
– ¿Y eso es malo? Sabes que yo también te quiero.
–Mira, eres especial. No sólo para mí, para todos. Eres una persona única, y cualquiera que tenga la oportunidad de compartir contigo unas palabras, ya puede sentirse alguien afortunado. Y conmigo, eres increíble. Estás para mí cuando lo necesito, incluso cuando no. Cuando cometo errores, en vez de enfadarte y darme la espalda, me ayudas a aprender. Y, joder, desde que te conozco has cambiado mi vida al completo. Me da miedo sentir todo esto, Sara, de verdad.
– ¿Por qué tienes miedo? Querer a una persona y que seas correspondido, creo que... no hay nada mejor. No sabía que sintieras esto por mí, pero, es muy bonito.
–Tengo miedo porque no te quiero dejar escapar, y sé que eres libre de hacerlo en cuanto tengas oportunidad. Y tengo miedo, porque eres la mujer con la quiero compartir el resto de mi vida. Te necesito aquí conmigo.
–No te voy a dejar, nunca. Eres cabezota y te gusta llevarme la contraria, pero sé que siempre piensas primero en mí. Tienes cualidades que nunca imaginé que tendría una persona, y a pesar de parecer un macarra tienes un corazón enorme. Me gustas tal y como eres, y no cambiaría nada de lo que tenemos. Te quiero más de lo que he querido nunca a nadie.